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Kiseki (Milagro)

"Imagínate que todo fuera perfecto. Te ahogarías."

De una película por encargo también puede salir una obra muy personal de su director. Por ejemplo, el Drácula de Coppola. Una de esas películas en la que el autor se deja la piel y su impronta única, quizá precisamente porque no pretendía hacerlo. Un proceso casi inconsciente. Algo así ocurrió con Kiseki, proyecto que llegó a las manos de Kore-Eda con un objetivo doble: promocionar la nueva línea de tren de alta velocidad y dar protagonismo a los hermanos Maeda, dos jovencísimos cómicos ya bastante famosos por esas tierras.


Estas dos premisas vertebran el relato: dos hermanos que viven separados pretenden pedir un deseo gracias a la energía que, según han oído, produce el cruce entre dos trenes shinkasen. Las dos horas previas a ese clímax son un recorrido por el mundo de ambos niños y sus amigos. Redescubres el mundo a través de su mirada ingenua. El día a día del colegio, los profesores que pasan del enfado al estímulo, las aventuras y las horas muertas que disfrutas con los amigos, cuidar de tus padres como si fueras tú el adulto... Vuelves a ser niño, sí.

La película conquista por su naturalidad. Luego lees las notas de producción y entiendes por qué: no se dió guión a los niños, se les pidió que actuasen tal como lo harían viviendo esas escenas. Se les daba objetos para que interactuasen con ellos a voluntad. Por eso se les nota tan espontáneos, tan distintos a los robóticos niños que suelen poblar las películas. Kore-Eda sabe cómo darles alas, cómo aprovechar esa improvisación para que la película gane enteros. Y así es cómo una película costumbrista levanta el vuelo y se convierte en algo más, una fábula sobre las infinitas maravillas del mundo.


Ayer descubrí una cita de Oscar Wilde que le vendría muy bien a Kiseki: "La suerte es una ciencia: si creas las condiciones, obtienes los resultados." Eso son los verdaderos milagros. Y lo entienden muy bien los niños. Ellos todavía creen en la magia porque nunca habría que dejar de creer en ella. Y aprenden que todo es perfecto tal como es, porque no podría ser de otra manera.

Ayer, por Sant Jordi, una amiga me regaló un libro infantil, y me conquistó. Porque me gusta ser un niño de 29 años, porque solo los niños comprenden la grandeza de las cosas inconexas: tu reflejo en una campanilla, los golpes de una mano en el hombro, un perro en la mochila, el sabor sutil de un pastelillo, la caricia de unas flores... Momentos al margen del camino, porque la meta no importa. A la meta ya llegarás algún día, si es que llegas; por ahora, disfruta. Acepta que hay piedras y pasos elevados, que las cosas no son perfectas precisamente para que puedas tomar desvíos y compartirlos con la gente especial.

"Al final no pedí un deseo. Escogí el mundo."

btemplates

2 comentarios:

Ronan dijo...

Kiseki... me dejó mucha huella esta película. Quizá habría estado bien recortar un poquillo de metraje, porque a ratos me parecía que había muchos tiempos muertos, pero la verdad es que la llegada del clímax, con ese montaje rápido de todos los pequeños momentos que les han llevado hasta ahí, era tremenda, emocionante. Los niños estaban increíbles, cada uno con sus pequeños detalles (inolvidable por lo graciosa y entrañable la escena en la que la niña les agradece todo a los abuelos que les han acogido y cuando le preguntan que qué les decía finge que les recomendaba no fiarse de los vendedores a domicilio), y transmite un calor humano enorme. La frase final que destacas es tremenda por todo su significado.

Alex Pler dijo...

Al parecer, es el estilo del director... dejar que los actores improvisen y que así la película crezca, y mantenerlo casi todo en el montaje. Se hace largo pero también es lo que le da esa credibilidad y viveza a los personajes, supongo.

Me ha gustado redescubrir hoy la frase.

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