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Kids / La inocencia del haiku

La fascinación de la lluvia. Se la expliqué por escrito. Luego me dio por pensar en su reacción: pensará que estoy loco. Que me fijo en naderías, como por ejemplo la lluvia en mi piel; al principio, moja mucho, pero luego la asumo, la abrazo, y la lluvia se vuelve más fina, pequeñas chispas que se escapan de un refresco y te rozan la nariz.


Pensará que estoy loco, o que poca gente nos fijamos en esas cosas. La mayoría cuando llueve sólo se preocupa de correr. Yo cierro los ojos hacia el cielo, pienso en cómo mejorará mi novela ahora que siento cómo se encogen las gotas. Y lo comparto con él, como lo haría un niño. Quizá soy un niño que todavía se sorprende cuando llueve. Todos deberíamos permitirnos ser niños de vez en cuando.

Vicente Haya asegura algo que un buen poeta debería recuperar los ojos de la infancia. Su capacidad de sorpresa. Por eso, se propuso recopilar haikus de niños menores de 12 años, convencido de que en ellos hay la pureza y el riesgo de los maestros. Le dijeron que ese tipo de libros no existían, pero dio con varios y ha traducido los mejores poemas.


Llevando un manojo
de espigas de arroz, feliz...
Pero pesan... ¿eh?

Son humildes, los niños. Reconocen que las historias pesan, incluso las que te hacen feliz, o esas más que ninguna otra, porque las llevas con cuidado: que no se caigan y tengas que recogerlas luego, bastante te costó ya la cosecha. Pasito a pasito.

El camino
que recorrió el caracol
está brillando

Un adulto se fija en el caracol, en la lentidud, en la lejanía de la meta, incluso en la ausencia de meta, parece que los caracoles no vayan a ningún lado. El niño se fija en cambio en el camino recorrido. Cómo brilla ahora que ya sale el sol. Actitud de vida.

En la mudanza,
lo último que llega:
los peces de colores

Los ojos del niño abiertos de par en par al ver tantos peces de colores. Revolotean dentro de una bolsa de plástico. Atrás queda el sudor y el trajín de cajas. Coge la pecera, decórala, llénala de agua, los peces ya están aquí, esto ya es una casa.


Cantan las cigarras
Los secretos que nos contamos
apenas se escuchan

La importancia de la intimidad.  En el bosque o en el sofá, tú y yo, contándonos cosas, aunque apenas se escuchen, cosas pequeñas, que sólo sabemos nosotros. Para los niños, todo es tan importante que lo susurran a la oreja del otro.

Plantado el arrozal,
me lavo las piernas
y voy otra vez a verlo

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