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Set fire to the rain

Salí del cine y llovía. Acababa de ver una película que me había encantado, incluso inspirado, pero la noche me recibía así. Transformando las gotas aisladas de la tarde en un chaparrón. Bajo el porche del acuario, los demás esperaban pacientes a que amainase. Yo tuve que echar a correr porque no me quedaba otra. Tenía que llegar a tiempo para el último metro, a tiempo de cenar a una hora decente. Solo haces locuras cuando el reloj aprieta.


Me empapé enseguida. Era una lluvia fría como todas las lluvias de invierno, una lluvia fina y constante que me iba calando sin darme cuenta. Luego me secaría el pelo con la manga del abrigo, pero en ese momento solo pensaba en cruzar el puente por el camino más corto, esquivar charcos, desear que los semáforos se pusieran de mi parte. Corrí hasta que me faltó el aliento.

Y eso no tardó en ocurrir porque no estoy acostumbrado a correr tanto. Bajando el ritmo, pareció que la lluvia también disminuía. Los círculos que se dibujaban en el mar desmentían esta impresión, pero sí, yo noté menos lluvia. Como los samuráis, me había hecho a la idea de que iba a mojarme y lo disfrutaba. Mejor eso que protestar en vano.

Alcé la cara para recibir las gotas con la boca abierta. Y allí en lo alto vi una mariposa. Una mariposa de fuego enorme, quieta, brillando a pesar de toda el agua que caía contra ella. La mariposa resistía. Y a pesar de toda el agua que caía contra mí, sonreí al verla. Ya en la estación, justo entonces se abrió el ascensor que baja al vestíbulo y lo cogí por primera vez en mi vida. Bajé, me sequé, esperé, leí. Llegué a tiempo.

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